domingo, 30 de septiembre de 2018

El profeso


No quedan registros de la noche. No quedan registros del silencio. Quedan las huellas de cada una de las palabras que dijiste ¿Te acordás de todas las frases? ¿de todas las palabras? Las promesas, las risas, los retos, las caricias. Cada mirada, cada profunda e intensa mirada que me diste. Tus ojos grises terciopelo clavándose como dagas en mis ojos marrones azabache. Y fuego, creo que había fuego. Eso también lo recuerdo.

Algunas palabras decían que te morías de ganas de besarme desde el primer día en el que abriste la puerta y ahí estaba yo, nerviosa y sonriente. Yo dudé, me reí, me puse colorada y te pregunté varias veces si era en serio lo que decías. “Nunca hablé tan en serio“ respondiste. Sabía que mentías, pero no importaba. Ya habías dicho todo, en unas cinco líneas te habías declarado culpable, tan culpable que te daba culpa lo que me decías. Retrocedías y avanzabas 25 casilleros en búsqueda de algo que, sabías, podía pronunciarse cierto. Pero algo te detuvo. Nunca supe bien. Ya no importa.

Recuerdo tus manos al tocarme, tus ojos cerrándose mientras nos abrazábamos y olías mi pelo y, por lo bajo, decías: “que rico gusto a vainilla tenés“. Tus manos se enredaban en mi pelo largo y revoltoso, caían suaves en la marea pesada de hilos negros y castaños. Sentía la punta de tus dedos anudándose en una trenza cálida y paternal, tan vos. Guardé esos momentos como tesoros, guardé cada huella de tus palabras para poder corregirme. Pero esto pasó hace tiempo, largo tiempo, ya sé. Días, meses después y en algún momento años. 
¿Por qué me acuerdo? Pasan siglos y no hay clavo ni vino que quite de mi cuerpo lo que tu nombre me evoca, Federico.


sábado, 29 de septiembre de 2018

De vientos y de lluvias se llena el universo.



De vientos y de lluvias se llena el universo. Y, mientras tanto, todo es un desatino, una llamada interna de algo inmóvil, de algo congelado por años, por el tiempo mismo que se ríe de nosotros cada vez que recordamos. Y que inconveniente es la conveniencia de tu beso, la de tu cuerpo tan cerca del mío, la de la escarcha de la lluvia allá afuera, mientras del otro lado del ventanal ocurre un incendio. Que inconveniente es volver a encontrarnos y acercarnos en cada fracción, en cada segundo, en cada milímetro de abismo en el que bordeamos nuestra existencia profana, y reconstruimos el pasado en el presente, como si tal cosa pudiera lograrse en una noche. Pero no existe. Nos encomendaron no volver a unirnos y, sin embargo, acá estamos: como dos imanes, atrayéndolo todo. Al menos por un rato, el que dure la eternidad.

De pronto un sonido. 

Casi diría que el viento infame resopla en mis oídos pero no. Un chasquido me devuelve al mundo y entonces recuerdo que pensé todo esto mientras estaba en la fila de Edesur, a punto de pagar la luz que me cortaste. 

martes, 25 de septiembre de 2018

El no decir que se convierte en imán


Imagen Liudas Barkauskas

Ella sale de la escuela y él la espera en la esquina fingiendo varias cosas: que el cierre de su mochila se trabó e intenta destrabarlo, que acaba de despedirse de su grupo de amigos, que recibió una llamada y recién terminó de hablar...cualquier excusa infantil es buena, cualquiera que le dé los minutos que demora Agustina en salir a la calle.

Van caminando juntos por la avenida porque vivir cerca les sirvió de excusa. Para él no importan los autos, los semáforos, los ruidos: nada. Todo su universo pasa por contemplarla, por ver cómo se corre el pelo negro y pesado hacia la oreja, por ver como abraza la carpeta que lleva en las manos y aprieta hacia su pecho, por sentir su olor a vainilla desprendiéndose a cada paso que da, por notar sus piernas flacas y un tanto chuecas al andar, por sus pasos cortos pero ligeros...todo le parece encantador. Pero no dirá nada y, al contrario, dirá todo lo que no piensa sólo para despistarla.

Lo que no sabe nuestro Romeo, es que ella no es de las que adivinan las falsas señales, no sabe que al comportarse así, ella afirmará su teoría de que Federico es un pesado que prefiere caminar con ella para no ir caminado solo, y nada más, nada de nada

El no decir se convierte en imán, el no decir los convierte en silencio, en lo que los repele, en lo que los aleja. Incluso cuando ella preferiría caminar escuchando música, ha llegado al punto en el que el metro ochenta de él la conmueven, la inquietan y la intrigan. Federico, pronuncia Agustina para sí y lo siente, lo ve, lo quiere....así de despistado, de despeinado, de torpe y de inteligente. Tan brillante para algunas respuestas y tan lumpen para hilar los sentimientos, piensa ella, levantando las cejas sin que él lo note.

Pero aún así y pese a todo, su relación se alimenta de falsas señales, de desvíos, de frenadas, de silencios. ¿Y si se hace tarde? ¿Y si nunca más se encuentran? ¿Y si se encuentran pero tarde?
Nadie sabe hasta donde llegan los imanes. 

domingo, 23 de septiembre de 2018

Veneno amargo



Todavía hay peligro, me digo. Tus fragmentos aún están unidos a mi cuerpo. En algún lugar de mi estratosfera te repito, te siento, te pienso. Habían pasado años, eso también lo recuerdo. Meses, días, años, millones de años sin saber de VOS. Agua bajo el puente, témpanos, praderas, silencios. Años de suposiciones, de creencias, de confiar mi destino en la fe; esa fe ciega que dice y repite en loop: “las cosas son mejores así“. Mar furioso, me digo.

¿Cómo no involucrarse de nuevo, si nunca dejé de pensarte? 
Te esperé siglos. Siglos esperé este momento. Estar de nuevo frente a tu boca, y acá no puedo escapar a la verdad de pronunciar y de escribir las palabras acalladas pero justas: esa boca de fuego, carnosa, siempre a punto de ser devorada por mi boca; esa boca por la que hubiera atravesado océanos, por la que hubiera matado a cualquiera, esa boca de ella, mía, tuya, tan tuya, casi incomparable con otras bocas, pero ciertamente inolvidable. Eso sí lo recuerdo bien.

La menta y el mentol flotaban en el aire. La cerveza en tus cachetes, también. Negar hasta lo imposible, me dije antes de salir de casa. Negarlo todo, negarlo bien. Pero ahí estabas, a dos centímetros de mi boca, a dos minutos de estallar contra mis labios, a dos minutos de arrepentirme de todo y, a la vez, de disfrutarte, porque de eso se trata todo en la vida, al final, de disfrutar. Pero ya no quiero que sea al final el disfrute, que sea principio.

Y el principio de todo fue tan turbulento, Federico, tan turbulento que no podría retroceder a cero y ser otra. Porque quiera o no, fui la que soy porque fuiste conmigo. ¿Te acordás que vos me buscabas y yo ni te registraba? En la oficina siempre miraba a un costado cuando hablabas, siempre esquivándote. Cuando era el horario del almuerzo yo inventaba cualquier excusa para no sentarme con vos, y las veces que por algún motivo quedábamos juntos, hacía sonar celulares que no existían para levantarme e irme al patio a hablar con la mujer-máquina que en el 113 te daba la hora ¿En qué momento todo se dió vuelta? ¿En qué momento pasé de ignorarte a llevarte café a tu oficina cuando sabía que era la hora en que te morías por tomar un café? ¿En qué momento pasé de no reírme de tus chistes a festejarte cualquier gansada que dijeras, incluso las que no me hacían reír? ¿En qué momento dejé de esquivarte la mirada, para morir por un segundo de tus ojos en los míos? A veces rebobino casi a cero, pero ese momento nunca supe encontrarlo en mi memoria, jamás. Veneno amargo, siempre amargo el no recordar y de tan amargo, casi necesario (casi).

Y allí, entonces, a dos centímetros del precipicio, a dos milésimas de segundo de comernos la boca, los ojos, la mirada, el cerebro y las manos, a dos minutos de aniquilar nuestra piel contra la piel del otro, de morder, de bordear, de lamer, de pedirte más, de acariciarte, de dejarme, de que te dejes; allí, a fragmentos de milésimas de segundo, a un segundo antes y como en las peores pesadillas, me desperté y ya no supe cómo llamarte, como pronunciar tu nombre.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Decir



Las excusas son el puente para encontrarse. Premisa número 143536. Siguiéndola, quizás, nos encontramos. Es un jueves de sol en Buenos Aires, voy caminando por la calle escuchando una playlist de Spotify  que hice pensando en algún recuerdo con vos. Bien, decía, voy caminando. Allí estoy por cruzar el semáforo de Av. Rivadavia y, digamos que, de pronto, te encuentro. Nos encontramos. Es de noche aunque hablé del sol, y lo sé porque la luna se refleja en tus ojos y ese resplandor es una de las cosas más lindas que se pueden ver en la vida. Sigo, me tocás el hombro y me decís ¿Sos vos? ¿Ann? Y allí empieza todo. Que sí, que soy yo, que como estás, que tanto tiempo, que qué es de tu vida. 

Y allí sé que estás casado, que tenés un hijo, y veo fotos de un niño enrulado idéntico a vos pero con la nariz de ella. Entonces que vení, que vamos a tomar algo, que no importa si es medianoche ¿arrancás temprano mañana? entonces me olvido del juzgado, del la conciliación que tengo que hacer y le digo que no, que no importa. Mentir siempre me quedó tan cómodo.

Entonces es de madrugada y nos sentamos en un bar y la luz de la luna sigue titilando en tus ojos y yo titilo un poco también, por el reflejo, ese reflejo inevitable e ineludible de encontrarnos y mirarnos. Sentir que esto es cierto, de algún modo, cierto pese a los años, al tiempo, a la ausencia, al silencio. Sentir que todo esto es verdad, pese a tu vida actual tan alejada de lo que éramos, de cuando nos reíamos de tener hijos, de la vez que tuvimos miedo por si estaba embarazada, de que dijeras que si era un hijo mío sí querías tenerlo, no importaba tener 18 años. Y miro mi vaso de cerveza y vos hablás de viajes a México y yo alucino con México, te digo, me gustaría mucho ir. Y allí la tonta promesa de un viaje juntos y lo más lejos que fuimos fue a La Plata, a pocos kilómetros de donde vivimos. ¿Cómo que estamos en el mismo barrio? Y nos reímos de las coincidencias y salimos del bar a caminar por no sé dónde ya, y ahí, sin decir nada, me arrinconás contra la pared y me besás como nunca antes me habías besado, con la dosis perfecta de amor y de nostalgia, con sabor a menta, con gusto a para siempre, así, diciéndolo todo, me besás.


miércoles, 19 de septiembre de 2018

Cápsula





Mañana podemos morir y dejar de ser lo que hacemos.
Dejar de hacer, dejar de sentir ¿te imaginas?
Dejar de tocar tus manos, de besarte, de lamerte, de morderte.
Dejar que, como si el tiempo nos hubiera calcinado, no estemos más enlazados, 
hambrientos, sedientos.

No quiero morir sin tu beso,
sin tu fiebre,
sin todo el calor que me das cuando te veo,
cuando te siento, 
cuando, por un segundo, pienso en tu voz en mi cuello,
mutando en pequeños espasmos que se avecinan a mis manos,
que se aproximan a mi piel,
que se anudan, tal vez, en mis relieves.

No quiero morir sin desnudarte,
sin posar mi lengua por cada centímetro,
por cada milímetro de piel que me dejes roer.

No quiero morir sin que me desarmes de nuevo,
sin que me alejes del tiempo real donde estamos parados,
sin los suspiros al viento,
sin el abrazo por la espalda, 
sin beber la miel de tu cuerpo.

Mañana podemos morir y no voy a hacer lo que no dejamos que sea.

©Angie Pagnotta, 2018
♥♥♥

lunes, 17 de septiembre de 2018

El árbol del corazón

PH: Angie Pagnotta


El árbol de mi amiga Tatiana tiene forma de corazón. Como ella, que se brinda y abre su intimidad a un pequeño y selecto grupo de privilegiados. Que linda es la sensación de recién conocerte con alguien y sentir que ya te encontraste y te conoces, la gente del “lapsus“ que no teme al lapsus...esa gente tan querible. Tatiana nos unió por esos hilos invisibles que nos conectan, así suceden las mejores cosas. 
Mi cabeza se va un instante y miro hacia adelante y me digo: “que cagada, que justo ahora....”, a veces tengo esa sensación de llegar tarde a una fiesta que se puso buenísima pero ya termina, o como cuando te dicen ¿probaste la torta? Y decís que no y te miran con lastima para rematar con un “la cocinó Francis Mallman”. 
Una sensación de KEEEE me invade por momentos. Pero justo ahora, casi, tal vez, esto es así. 
Y tal vez mañana desde alguna calle impronunciable de Berlín recuerde el árbol y el corazón de Tatiana, así como también el corazón de todos los que amo, admiro y quiero. Tal vez en ese momento piense que todos ellos están ahí, también, latiendo conmigo. 

domingo, 16 de septiembre de 2018

Alguien saldrá derrotado



La mecha de tus ojos se enciende contra mis besos. Lo sé, lo recuerdo. 
Soy derrotada por las palabras, por ellas, por cada una. Soy derrotada por cada silencio, cada espera, cada ruptura. 
Los besos muerden la sal de los labios y, en ese desierto, tal vez, ya nada se encuentre.

©Angie Pagnotta, 2018
♥♥♥

viernes, 14 de septiembre de 2018

Desde dónde y hasta cuándo (y nunca es suficiente)



No sé qué decir cuando dejas tanto silencio. Cuando partís al costado gris del silencio, de la ausencia o del pedido urgente, casi como si fuéramos autómatas en el gusto de conocernos o de hablar. ¿Cómo se responde ante la evidencia de deseo cuando se mecaniza el modo?
A veces hablamos y nos inundamos de una intensidad digna de película, de serie pochoclera o de drama de novela mexicana donde Carlos Alfredo te toma de los hombros, te dice que te ama y te da un beso inolvidable. Después silencio. Silencio estampa. Silencio mudo, sin ruido, sin huellas, sin pistas. Silencio ensordecedor. Silencio sacro. Silencio magro. Silencio. ¿Cómo se responde ante el silencio?
Ni lo mecánico ni lo intenso, pero mucho menos lo gris. Y si hay intensidad que sea, que sea con todo. No puntos medios, no frases hechas, no pedidos burócratas como si fuera la secretaria del 0800. Si vas a ser, sé entero. Los besos, como mis manos, no necesitan demasiado cerebro. No enciendas el fuego que no estás dispuesto a soportar, no reclames cosas que no estás dispuesto a oír, no dañes tus propios deseos por juegos inútiles, no termines oyendo al pequeño monstruo que te guía, ciego, hacia un abismo irremontable. Desde dónde y hasta cuando estamos dispuestos a todo, a nada o a un segundo antes del ascenso del huracán. 

©Angie Pagnotta, 2018

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Nubes en mis ojos



Séptima nube sobre tu cuerpo desnudo.
Prisa.
        Silencio.
Entusiasmo.

Debería descolgarte del pedestal algún día,
debería internarme con vos en una habitación (otra habitación) y tratar de robarle al tiempo el silencio y el vacío,
robarle a los años todas esas noches de verano, 
detener el encanto del tiempo que pasó y volvernos pendejos,
llenos de irreverencia, repletos de pulsión, de pasión, de edulcorante y miel.


Octava nube sobre tu cuerpo desnudo,
sigue pasando el tiempo 
y el reloj que me dice que ya es madrugada,
que mañana voy a arrepentirme de tenerte en mi cama,
de despertar con vos,
de prepararte el café y las tostadas,
de sonreírte estúpidamente mientras te doy la toalla para que te bañes,
de bañarme mientras te vas en tu auto y de sonreír mientras me borro los rastros de vos
¿Cómo quitar los besos? ¿Con qué perfume de jabón taparé la presión de tus manos?
¿Por qué recordaré ese aroma?

Novena nube sobre tu cuerpo desnudo,
las cuento a medida que el cielo se acomoda entre mis ojos y vos.

©Angie Pagnotta, 2018
♥♥♥

martes, 11 de septiembre de 2018

Breve ser


Esta vez voy a ser lo que yo quiero ser, dice una canción de El Mató, una banda Indie de Argentina. Lo interesante de esa frase es la potencia, la chispa, la razón de ser en la que no importa nada más que ser lo que uno, cada uno, quiere ser. Hay demasiada belleza en esa frase, demasiada potencia que, a mi entender, a veces se anestesia o no se escucha. ¿Por qué será que a veces es fácil callar lo que somos? y otras, las veces más felices, es tan difícil lograrlo. Tan difícil silenciar el deseo, la búsqueda, el cuerpo, la belleza. Yo no quiero ser otra, yo quiero ser la que yo quiero ser este día y cada día.

Corazón blindado

 Tu corazón está blindado (como estuvo siempre) simpatizo, sin embargo,  con la idea de —algún día— quebrar la protección absurda de tus can...