viernes, 13 de mayo de 2016

No tengo una voz | Fragmento de "Todos. Nunca. Nada"







No tengo una voz. Para cuando quiero empezar a tener una voz todos los colores se me desdibujan y es entonces cuando pienso que lo mejor sería dejar toda esta estúpida idea de escribir y hacer otra cosa. Escribir es una especie de prueba de fuego donde el objetivo no es cruzar la línea, sino hacerla arder, pero para que el fuego arda hay que encender, primero, las llamas. Pero no me es fácil encender las llamas, no me es fácil reconstruir el fuego interno que me surge desde una voz muda, que no quiere salir. Y la siento, eso es lo peor… siento la voz, la pulsión y las palabras, pero no me sale el tono, la textura, la forma. Ronda entonces la vieja lucha interna por una forma que no es forma sino música, sonoridad. Quiero decir con palabras aquella música que aún no escucho pero existe. Es como si mis ideas no tuvieran bit y entonces hacen un sampleo horrible de sonidos baratos de consola. Escribir es una especie de construcción silenciosa que abunda detrás de los sonidos de la cabeza; porque las palabras no son palabras sino sonidos que se van asemejando a una música y luego suena todo junto y todo junto forma un sueño que sueña lo que se oye en el viento.
Dejo la computadora y voy por una taza de café. Chequeo el celular y busco —inútilmente— algún mensaje de Martín. Nada. Pasaron dos meses desde le mandé el último mail; el famoso mail y a esta altura debería entender perfectamente qué significa este silencio tibio que decretó sin una respuesta. Pero no. Por alguna estúpida razón voy de nuevo a la idea y me ahogo en un loop de pensamientos que no cortan nunca el cordón. ¿Pasará algo que me haga olvidar?, me pregunto todos los días y tampoco tengo respuesta.


domingo, 1 de mayo de 2016

A la orilla de cielo


PH: Angie Pagnotta, Amalfi, Italia.
A veces quisiera no preguntarme cómo estarás, pero es en vano no preguntarse. Preguntarle al viento o al silencio, si tus ojos seguirán ardiendo con la luz amarilla del patio, preguntar si tu cabello se ha llenado de más canas, consultarle al dios de la tierra si tus ojos se convirtieron en astros de cosmogonía fértil o si, tal vez, tus labios mordieron la última bocanada de la luna llena que cubre al cielo ahora. A veces quisiera no preguntarme, pero el perfume del otoño trae sus recuerdos a la mente y es entonces que cierro los ojos, pausadamente, y allí te veo bajo el sol, con los ojos cerrados y el mar de fondo rompiendo sus breves olas, en una orilla efímera, en la costa del mar donde alguna vez nos abrazamos tan fuerte que todos los fragmentos de tu cuerpo quedaron unidos al mío.

Corazón blindado

 Tu corazón está blindado (como estuvo siempre) simpatizo, sin embargo,  con la idea de —algún día— quebrar la protección absurda de tus can...