A diferencia de Colón o Paraná, la
ciudad de Concepción del Uruguay está mucho mejor dispuesta al turismo. Al
recorrer la provincia de Entre Ríos, los distintos departamentos muestran un
paisaje que cambia, no sólo para el álbum de fotos. Llegamos a mediados de
enero en una de las mañanas más calurosas del mes. En la terminal ubicada a
diez cuadras del centro comercial no corría aire y los ventiladores no
funcionaban. Los vendedores ambulantes y la voz
nasal de una mujer en el altoparlante,
terminaban de vestir un mapa típico de turistas, viajeros y micros.
Los ciudadanos de Concepción son cálidos
y en seguida orientan a los visitantes. Los precios son accesibles tanto para
acampar como para alquilar una cabaña o departamento y lo mejor de la ciudad es
que lugares para visitar como museos o
plazas, están muy bien adaptados al turismo, más que en otras partes de la misma
provincia.
La parada inicial fue a las diez de
la mañana en la casa de una tía del que en ese momento era mi novio, Rodrigo. Nos recibió una señora de 86 años que vivía en un caserón, estaba algo ciega y
no podía movilizarse con facilidad. Mientras tomábamos mates, llegó
Sara, la prima de mi novio y Manuel, su marido. Nos preguntaron si queríamos conocer
el puerto y sin dudas aprovechamos la invitación y el lindo día que había en
Entre Ríos. Tomamos un remis que a penas nos cobró pocos pesos por un viaje de
30 cuadras. En esta provincia, las remiserías tienen precios exageradamente
accesibles, incluso son mucho más baratos que los colectivos. Al llegar al puerto empecé a tomar fotografías de los barcos,
del río y de los árboles. Íbamos bajando una colina, cuando siento en mi bolso
la vibración del celular.
-
“Hola Ann, cómo estás?”era mi hermana. En ese
momento dudé de si había llamado a mi papá para avisarle que habíamos llegado
bien.
-
¿cómo estás pasó algo?
Con la voz mareada y confundida me
dice que si.
-
¿Qué pasó?
Se escuchó un silencio eterno del
otro lado y le repetí, casi gritando: - ¿Qué pasó decime?
Y escuché las dos peores palabras
que oí en mi vida: - Falleció mamá.
Un mar de lágrimas se adueñó
repentinamente de mis ojos, ya no veía nada y tenía completamente nublada la
vista, como ahora al recordar.
No pude entender y creo que nunca
entendí del todo.
Mis cuerdas vocales se adueñaron de
mí y contesté ¿Que?¿Me estás cargando? ¿Me estás hablando en serio? ¿Qué
decís? ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Todas mis preguntas no tenían
respuesta. O mejor dicho, nada de lo que me dijeran aliviaría todas las
sensaciones difíciles y pesadas que sentí. Sólo sabía que un estúpido cáncer
había terminado con la mujer que amé y me supo amar.
Mi novio me abrazó en silencio o yo
no escuche sus palabras. La prima de él lloraba, Manuel miraba sorprendido.
Rodrigo me decía “tranquila, tranquila” mientras me acariciaba el pelo. Yo sólo
quería estar en Buenos Aires con mi mamá, salir corriendo de ahí, despertarme o
morir.
Al día de hoy, no recuerdo como fue
que al rato estaba sentada en un micro. Pasaban la película “Sol de otoño”.
Sentía los ojos de los demás pasajeros en mí, de toda la gente que tenía cerca,
supongo que se habrán preguntado ¿Por qué llorará tanto esta chica?
Yo no paraba de llorar y el clima
en el ómnibus era otro: verano, vacaciones, pileta, río, sol.
Mi celular se estaba quedando sin
batería y yo también. Me dieron algo de comer y tomar, dejé todo a un costado.
El viaje fue eterno, ya no soportaba más el micro.
Me faltaba el aire pero me encerré
en el baño a llorar e intentar respirar por la ventana circular típica de los
ómnibus, pero era peor, estaba ahogada.
Volví al asiento, tenía los ojos y
la mirada perdidos. Flashes de imágenes iban y venían en mi cabeza. Recordé cuando
fui abanderada, los actos del colegio, las caricias en el pelo durante la sobremesa,
los mimos en la espalda y los abrazos infinitos. Todos mis dibujos, mis cartas,
mis regalos hacia ella. Todo su amor hacia mí, y su ausencia que siempre sentí
aún cuando estaba conmigo, ausencia que sabía nunca más terminaría.
Con todo el dolor que sólo
entienden los que perdimos tan jóvenes/niños a una madre o un padre, con todo
ese inmenso dolor a cuestas y en mi espalda, bajé del micro. Tomé un taxi hacia
la funeraria y al llegar lloré en los brazos de mi papá y mi hermana.
Quise ser fuerte y que no me vieran
así pero fue inevitable, no pude ser fuerte.
Entré al cuarto donde estaba el
cuerpo de mi madre. La vi de lejos, inerte, quieta, muda. Su blancura, sus
pestañas, sus cejas duras y sus labios sin color. Una inminente palidez la
envolvía, sus ojos cerrados, su mueca impávida y su terciopelo en la piel me
restaron ganas de respirar. Un grito hondo salió de mi pecho pidiendo auxilio,
suplicando. La lluvia empezó a caer por la ventana, el día se vistió de gris y
mis ojos no pararon de derrumbar todos los mares. Desde ese viaje, desde ese
momento yo ya no fui la misma nunca más.