Las excusas son el puente para encontrarse. Premisa número 143536. Siguiéndola, quizás, nos encontramos. Es un jueves de sol en Buenos Aires, voy caminando por la calle escuchando una playlist de Spotify que hice pensando en algún recuerdo con vos. Bien, decía, voy caminando. Allí estoy por cruzar el semáforo de Av. Rivadavia y, digamos que, de pronto, te encuentro. Nos encontramos. Es de noche aunque hablé del sol, y lo sé porque la luna se refleja en tus ojos y ese resplandor es una de las cosas más lindas que se pueden ver en la vida. Sigo, me tocás el hombro y me decís ¿Sos vos? ¿Ann? Y allí empieza todo. Que sí, que soy yo, que como estás, que tanto tiempo, que qué es de tu vida.
Y allí sé que estás casado, que tenés un hijo, y veo fotos de un niño enrulado idéntico a vos pero con la nariz de ella. Entonces que vení, que vamos a tomar algo, que no importa si es medianoche ¿arrancás temprano mañana? entonces me olvido del juzgado, del la conciliación que tengo que hacer y le digo que no, que no importa. Mentir siempre me quedó tan cómodo.
Entonces es de madrugada y nos sentamos en un bar y la luz de la luna sigue titilando en tus ojos y yo titilo un poco también, por el reflejo, ese reflejo inevitable e ineludible de encontrarnos y mirarnos. Sentir que esto es cierto, de algún modo, cierto pese a los años, al tiempo, a la ausencia, al silencio. Sentir que todo esto es verdad, pese a tu vida actual tan alejada de lo que éramos, de cuando nos reíamos de tener hijos, de la vez que tuvimos miedo por si estaba embarazada, de que dijeras que si era un hijo mío sí querías tenerlo, no importaba tener 18 años. Y miro mi vaso de cerveza y vos hablás de viajes a México y yo alucino con México, te digo, me gustaría mucho ir. Y allí la tonta promesa de un viaje juntos y lo más lejos que fuimos fue a La Plata, a pocos kilómetros de donde vivimos. ¿Cómo que estamos en el mismo barrio? Y nos reímos de las coincidencias y salimos del bar a caminar por no sé dónde ya, y ahí, sin decir nada, me arrinconás contra la pared y me besás como nunca antes me habías besado, con la dosis perfecta de amor y de nostalgia, con sabor a menta, con gusto a para siempre, así, diciéndolo todo, me besás.
Es eterno el ayer y a cada recuerdo nos entrega una (a veces) nueva versión de lo que fuimos y de lo que ha sido o no termina de ser...
ResponderEliminarMe encantó, Angie. Abrazo grande.
Es cierto lo que decís, Carlos...el ayer es eterno y ahí estamos, una vez más, convocándolo. ¡Gracias por tus palabras y pasar! ¡Abrazo!
ResponderEliminarEncuentro perfecto.
ResponderEliminarLo que es perfecto me sigue resultando una incógnita, pero sí, podría ser pefecto, también. ¡Gracias por pasar! :)
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