Me ilumina su misterio. Me distrae. Esa presunta forma de pensar. Ese silencio.

Me cautiva, me emociona, me recuerda. Es un paraíso eterno, que disfraza su interés en medio de negaciones. Indiferente, suelto, libre de toda culpa y estilo. Se encadena a mi corazón y me despierta con un beso.

Es un hombre sencillo, suelto, que camina encorbado, que no es conciente de su altura hasta que se pone derecho. Es un poco solitario, a veces prefiere que no lo moleste. Otras, prefiere callarse para no “agobiarme”. (Yo espero que me moleste).

El está relajado, siempre. No es tranquilo, siempre tiene algo que lo inquieta y lo moviliza. Está siempre haciendo algo, tiene manos inquietas. No me mira mucho a decir verdad, pero siempre siento que lo hace sin verme. El me cuida, me ama, me dice cosas lindas (yo siempre le pido más), no es de adular. (Yo espero que lo haga). Y cuando lo hace entiendo que no es porque no quiera, no le sale, el es así.

Su corazón y su cabeza no tienen mayores inquietudes. No estudia, no lee libros. Escucha música siempre, adora los juegos, sea lo que sean. Valora mucho lo que tiene, no por el dinero, sino porque todo, siempre, le costó mucho esfuerzo. Pasó frío, vivió con sus padres separados. Tiene una pecera gigante que cuida celosamente, colecciona películas, adora el cine, desayuna café y un cigarrillo.

No habla demasiado, tiene un humor particular. Aunque su sentido de humor es amplio, absurdo, básico y pensado. Es un tipo que necesita afecto, pero jamás lo va a pedir, su orgullo dice, es lo primero. (Yo espero algún día encontrar el mío despierto).

Somos distintos, de edad, de inquietudes, de tiempo. Somos también parecidos, nos completamos las frases, nos reímos de lo mismo, nos conmueven algunas cosas que creemos “simples”. Nos gustamos, nos besamos, nos queremos. Amamos al otro, mucho. Peleamos también, él se enoja conmigo, yo con el (pero menos).

Somos felices principalmente. En lo distinto, en lo similar, en lo mismo.