
Una sinfonía adelanta el trago. La música revive el instinto -casi animal- del deseo inquieto durante la noche.
El tiempo se paraliza.
La ciudad aclama con voces de otros, aquello que no nos atrevemos a gritar.
Lejos del razonamiento, la mente empieza a disfrutar.
En un enjambre de abrazos y besos partidos en los labios, se deja caer el talismán de la fuerza.
Nos volvemos a encontrar.
En un punto entre el cielo y la tierra los dos sabemos que la voracidad va a ocurrir.
Es tan frágil el tacto, y tan lento el olvido, que el cristal de mis ojos quebrará después.
El hasta luego maquilla nuevamente un adiós.
Ese adiós será un hasta luego.
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