
Con un par de cadenas rotas en los pies,
un beso a punto de estallar en la mejilla del olvido
y los tacos gastados de andar por la vía del destino, me llevan a encontrarme con tu boca de rubí desteñido. Con el dolor de entrañas que no cesa, con la calma pacífica del adiós y unos cuantos golpes a mi cadera. Me despido, arañada y desprolija, pero con la frente en alto tras haber intentado no salir rendida.
El perfume se queda conmigo, la llave del tiempo en mis cajones
y un beso, casi herido, casi muerto se despide de vos entre las rejas del balcón en el que no quisiste estremecerme.
La distancia marca poco a poco un final. El tiempo se corrompió hasta acabar.
La suma de los miedos no reniega de este adiós, que al menos, se despide sin reencor.
* La foto es de Gaby Herbstein, de su nuevo libro Aves del Paraíso
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