
Hay hombres a los que volvería mil veces.
Hombres que pasaron por mi vida y fueron nichos de tormentas y sol.
Hombres que marcaron con su fuego sagrado, un altar de sonrisas.
Me debo un café, una cerveza, una cama y hasta el placard con algunos.
Soñar con aquel hombre de cintas plateadas en el pelo, el de los ojos profundos y mirada penetrante o con el mítico cantante de moda que prometió canciones y luego sonaban en todas las radios sin poder evitar recordar su voz, o incluso con el endiablado niño que me atrapó con su fuego interno y su energía sideral hasta abrirnos para no desteñir más un amor imposible.
Y nada tiene que ver con el deseo actual, sino con ver lo impostergable de algunas viejas/nuevas sensaciones.
No en vano, vivo soñando esos encuentros y volviendo quizás a las raíces de viejas odiseas.
En cierta medida siempre hay un retorno constante al pasado, no en símbolo de melancolía sino en símbolo de entendimiento y paz.