
Allí estabamos los dos, queriendo cometer el mejor de los pecados.
Mi corazón partía impaciente en latidos inmensos y marcaba con su ruído lo inquieto de mis manos.
Movía mis dedos, los manoseaba, tocaba mi pelo en señal de nervios.
Mi mirada se concentraba en tus ojos pero no podía evitar terminar en tu boca, esa misma boca carnosa que se entreabria suavemente y me impacientaba hacía meses.
Un minuto después de imaginarme el mejor de los besos, pasó.
Nuestros labios se fusionaron, encajaron completamente.
Tu lengua busco la mía, mis manos se enredaron en tu cuello y mis dientes mordieron la tentación.
Ahí, en el rincón más exacto del deseo, allí donde no quedan palabras por decir más que deseos cumplidos, es donde quiero estar.