
Ella se cree coqueta y feliz.
Circula por la vida con ese aire de mosquita muerta y sabelotodo.
Desfila por los pasillos haciendo preguntas tontas-huecas sin sentido.
Sonrisita falsa, una enorme casa minimalista/pop y unos cuantos centímetros de literatura en castellano, portugués e inglés - por si acaso y por las dudas - desparramados en su biblioteca flotante comprada en Palermo Soho o Las Cañitas.
Ella es excéntrica y peligrosa. Con sus juicios de valor a flor de piel, con su perfumito importado y sus blondos cabellitos de oro y rubí volando en el viento, apestando frivolidades.
Rodetito desinteresado, camisitas de lanilla yankee y un lápiz en la boca simulando ingenuidad.
Palabras tontas salen de su boca, palabras llenas de infantilismos y caprichos que devoran los corazones de los hombres patéticos, que la ven como presa fácil.
Ella es coqueta en sus enojos y a la vez mezquina.
Sabe tanto pero tanto, que teme no poder decirlo y por si acaso, grita, balbucea y explica sus inmensos orgullos culturales.
Se cree culta, digna e interesante, pero su perfume huele a sardinas enlatadas, aunque pretenda vestirlo de inteligencia y bondad.
Malos poetas la prefieren por su piel, hombres encaprichados desean sus tibias voluntades, pero ella solo se refugia en sus manos para abrazarse todas y cada una de las noches, para poder llorar sus miserias color plomo.
Oh, triste y lejana Jimena, triste y pálida soledad entre soles de cristal, triste y sola llorarás.
La foto es propia, jugando con las luces y la oscuridad.
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