Las palmas de la mano crean el sabor de lo prohibido. El tacto se vuelve fuerte entre las muñecas. La cultura del deseo, plantó su cielo una vez más. Aquel hombre, desde la distancia percibe la mirada de aquella mujer. Se produce conexión. Se acelera el corazón como un tambor de murga, se enloquecen los perfumes y se liberan los instintos que nos guían la piel. El hombre espera, la mujer espera.
Se rozan, se codean, se piden disculpas hasta morderse los labios. La mujer desea, el hombre quiere.
La dilatación uterina comienza a sonrojar las mejillas, la señorita, la mujer, la amante, la puta, la dama…sonríe.
Lejos están las histerias femeninas que rondan a los caballeros, aquí, la dama en cuestión, está asechando su presa sin levantar ni la más mínima sospecha. Quiere a su presa, tanto como a su vida, pero no lo dirá. El hombre, intensamente desanimado por no animarse y poseerla, comienza a mirar otras señoritas, y se interesa por otros ojos, por otro útero, por otras mejillas y por otra sonrisa.
y todo vuelve a empezar, el circulo vicioso de los que dejan de hacer por respeto a sus mandatos culturales o sociales y la vida pierde sabor y emoción y un día nos damos cuenta de que ya no nos mira nadie...
ResponderEliminarLo importante es no perder la capacidad de estimularnos y sorprendernos ante lo que nos gusta, gracias por comentar siempre Alberto.
ResponderEliminarHace no muchos días, en una noche de bar, observé con sorpresa qué torpeza la de los hombres frente a mujeres a un paso de ellas, decididas y deseosas de empezar a sentir con otro un mundo nuevo. Es sorprendente lo que ha hecho con nosotros/as la maquinaria "individuación".
ResponderEliminarEl texto me parece bello y con latidos.
;)
Sí Mariana, coincido totalmente con lo que decís. Gracias por tus comentarios y por pensar que el texto es bello, gracias en serio.
ResponderEliminarEspero que algún día se corte el lazo de individualidad que mantenemos "con el mundo".