 |
Neyén Fausto, eterno, dueño de mi corazón. |
Necesito un gato, no hay vuelta atrás. Necesito que se revuelque en mi espalda antes de dormir y maúlle entre murmullos. Decirle un nombre elegido especialmente y que no responda en absoluto y sólo voltee su mirada si digo 'Michi', o cualquier palabra sin sentido.
Necesito un gato que haga ruido al comer sus galletitas, que mastique furioso como si, en lugar de un felino lánguido, fuera un dinosaurio en un metro cuadrado, disfrutando su banquete. Necesito que juguemos de patas y me atrape, o que me mire y me maulle insistente al abrir una lata de atún.
Necesito un gato, y no hay vuelta atrás. Ya, incluso, puedo decir que no es sólo a Neyén Fausto a quien necesito (mi gato eterno, por siempre, ojos celestes), sino un gato –cualquiera sea– cualquier felino de cuatro patas que me entregue su amor y yo, sin más universo en las manos que todo mi amor, entregárselo a él.
Necesito un gato que se acomode sobre mis piernas en la noche, y que durante el día se abolle en mi almohada y me mire, cada tanto, como sin querer. Que mientras hace sus siestas esté ahí para molestarlo mientras escribo y que las palabras, entonces, vuelvan a fluir. Sé que no dirá nada malo de mí si cada tanto, leo párrafos vehemente, en voz alta, mientras corrijo o leo libros de otros. Sé que no dirá nada, será reservado, y estirará sus patas peludas en señal de que escuchó todo.
Eso necesito, eso, nada más.
©Angie Pagnotta-Depersia