Todo comenzó con un pequeño fuego en tu labio inferior. Lo recuerdo bien. Hacía un poco de frío y los dos íbamos en un taxi camino a un nuevo bar. Era tarde pero no tanto como para querer volver a casa y, además (siendo honesta) no quería volver a otro lugar que no fueran tus besos, esos besos que recordaba a fuego. Lo supe antes de salir, lo confirmé después. De pronto un bache. ¿O eso fue después?
Cierto, fue después.
Casi no puedo recordar la trama perfecta de lo dicho, recuerdo la Avenida, recuerdo que sonaba una música espantosa en la radio del taxista, recuerdo hasta la incomodidad de una de mis piernas demasiado en el medio del auto y la otra demasiado de costado, recuerdo que tenía calor por la calefacción, recuerdo que me preocupaba la cercanía de tu cuerpo y el mío, pero no puedo recordar exactamente que artilugio, que palabra, que tropiezo. Pero ahí tropezamos, vos con mi boca y yo con la tuya, dos bocas que se entienden más que cualquier otra boca. Deseo intacto, deseo eterno. Balbuceé. Todavía no aprendo a decir cuando no sé que decir. Dije pequeños gimoteos que podrían haber sido de un niño pequeño o de una adulta que a sus 30 años aún no sabe expresarse de forma correcta sin ser demasiado obvia, demasiado niña, demasiado transparente (guilty) Sonreímos, eso sí lo recuerdo. Tu sonrisa perfecta, desnuda de trampas: hermosa. Y luego un bache glorioso me tiró encima tuyo y nos volvimos a besar. En ese instante amé todos y cada uno de los baches de las calles de Buenos Aires. Amé todas y cada una de las fatalidades que, una vez más, me ponían de boca a tu boca.
Cierto, fue después.
Casi no puedo recordar la trama perfecta de lo dicho, recuerdo la Avenida, recuerdo que sonaba una música espantosa en la radio del taxista, recuerdo hasta la incomodidad de una de mis piernas demasiado en el medio del auto y la otra demasiado de costado, recuerdo que tenía calor por la calefacción, recuerdo que me preocupaba la cercanía de tu cuerpo y el mío, pero no puedo recordar exactamente que artilugio, que palabra, que tropiezo. Pero ahí tropezamos, vos con mi boca y yo con la tuya, dos bocas que se entienden más que cualquier otra boca. Deseo intacto, deseo eterno. Balbuceé. Todavía no aprendo a decir cuando no sé que decir. Dije pequeños gimoteos que podrían haber sido de un niño pequeño o de una adulta que a sus 30 años aún no sabe expresarse de forma correcta sin ser demasiado obvia, demasiado niña, demasiado transparente (guilty) Sonreímos, eso sí lo recuerdo. Tu sonrisa perfecta, desnuda de trampas: hermosa. Y luego un bache glorioso me tiró encima tuyo y nos volvimos a besar. En ese instante amé todos y cada uno de los baches de las calles de Buenos Aires. Amé todas y cada una de las fatalidades que, una vez más, me ponían de boca a tu boca.
bello texto, Angie
ResponderEliminarSaludos desde Argentina
Horacio, muchas gracias por pasar y leer. ¡Qué bueno que te gustó! :) ¡Besos desde aquí, una Berlín ya de noche y fría!
Eliminar:)
Recuerdos. Me trae recuerdos, qué bueno cia do eso pasa.
ResponderEliminar"Todavía no aprendo a decir cuando no se que decir." La amé.
Gracias por estos mates, se extraña.
💜
Los recuerdos son un boomerang, es así. Yo también extrañaba pero siempre hay un momento para hacer y otro para pensar, también. Y las pensé tanto a vos, a Eme, a los afectos...todo lo nuevo, lo feliz, lo mío. Ay. Te quiero y gracias, siempre, porque me hace bien saberte ahí.
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