
Tu nariz de seda se frunció. Miles de miradas disparamos al sol.
Los dos dejábamos atrás el desierto.
Aprendimos a escuchar las palabras del otro, a entender los silencios y aceptar los gestos.
Un golpe de ilusiones volvió al corazón herido.
La tierra mojada tenía olor a triunfo y la derrota parecía desterrada de este río.
Se deja caer, la tierra se deja llevar y caer en el cielo que parece infinito.
Unas palmaditas en la espalda de alivio, una copla al viento y los ojos al sol como respiro.
Parece de tarde, aún siendo de noche. Parece que llueve y que no moja la garúa misteriosa que asoma como un fantasma con perfume de olvido.
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