No puedo alejarme, pensé al cerrar la puerta.
Las odiosas nubles volvieron el cielo tenue, y allí debía estar, como siempre ha sido.
Allí, donde las hojas del otoño parecen de primavera,
donde los huesos que roer se convierten en el único plato de comida del día,
en el borde de la fuente, sentada y esperando una mueca cariñosa
Allí donde el silencio es más que todas las palabras que pienso al mirarte.
Ni el volumen de mi voz interior calmará la sed, ni las miles de hojas que sangrarán después.
A.P
miércoles, 3 de noviembre de 2010
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