viernes, 15 de septiembre de 2017

El escritor inalcanzable, fragmento



Estoy enamorada de una sombra, o de un recuerdo. Hace semanas que Federico dejó de hablar y sólo se limita a balbuceos monocromáticos de "no", "sí", "tomemos café". Su cuerpo y su mente están absorbidas por el trabajo de su próxima novela, sus hijos, sus ex mujeres. La última de la cadena soy yo, la pequeña novedad, la que —cada tanto— lo expulsa del universo de la escritura. Soy yo, entonces, con la que puede salir a la noche, a quién puede besar y acariciar, a quién le dedica una canción en el piano o a quién le lee algún cuento de Carver, Bolaño o Pessoa. ¿Y qué hago yo cuando no puedo hablar?... escribo. Como si estar viva no fuera suficiente, escribo. Como si la escritura de Federico no fuera suficiente, escribo. Pero mi escritura tiene que ver con miserias propias y mi mundo interno. Con el pequeño infierno que se desata en mí con la mínima indiferencia. Con el desamparo. Con los miedos. Con la culpa. Con el placer y el deseo irrefrenable de, todo el tiempo, necesitar placer. Escribir me da el manto de piedad que necesito para mí misma: ya no sé exorcizar mis fantasmas de otra forma. Y ahora, con Federico, aprendí a escribirme a mí misma también. 

Nos sirvo más café, le beso el cuello y me hundo en el papel como si fuera la última cosa que existiera en el planeta.

Fragmento de "El escritor inalcanzable", novela en curso.

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