Una mujer le suelta la mano a su amado. Él cae inevitablemente a un temible subsuelo formado por sábanas blandas. Su cuerpo se cae en un colchón textil de promesas incumplidas. Cae, como las mujeres que Oliverio dejaba caer desde su cama en la película El lado oscuro del corazón.
El hombre se arrastra hacia los bordes para poder subsistir. El golpe fue como un látigo en la espalda. Frío y certero como un cuchillo atravesando la piel.
Trata de ser fuerte, de salir, de expandir su fibra íntima de voluntad. Pero el látigo de su mujer fue tan fuerte y cruento que no puede salir. Él queda relegado en su caída y vive en los huecos de su pozo sin salida ni salvación.
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