Su caminata disimulaba poco su estremecimiento. Los ojos de Juan se depositaron en sus caderas, en la contorsión perfecta que ejercían al caminar. El sexo del hombre despertó en un oportuno latir. La caminata de esa mujer lo enloquecía, aún con los nervios que delataba su interior. Un suave vestido de seda blanco cubría un hombro y era tan corto que no llegaba sus rodillas. Aquella figura tímida, sumisa y sensual lo excitaban. En el precipicio del pantalón que vestía acontecían extrañas verdades. La mujer, ya no podía controlar su mirada aunque era algo tímida sabía perfectamente que quería y sabía también que lo tendría. Fue entonces cuando aproximó la mano a su entrepierna y arremetió. Juan, sobresaltado coqueteó con la mirada. Un beso sin calma, con estremecimiento y saliva, sacudió los labios de la señorita, que mucho menor que el caballero, lo absorbió entre su lengua.
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Corazón blindado
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Con tinta china escribí tu nombre en un banco de plaza. Era una tarde fría de invierno berlinés y, sin temor a reprimendas, tallé tu...
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