
Leer los labios de él, como si leyera un poema. Tener la capacidad para entender sus palabras como entiendo las de Pizarnik, tan fuertes y tan claras como si arrojara una piedra a un estanque.
Predecir sus silencios, como aquellas pausas en las que me dejo invadir por los huecos literarios de Carver.
Abrir la ventana y escuchar su voz amanecer, creer que eso será para siempre, sólo entonces, sonreír.
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