Me enamoré
de un Dios
que no tiene reino.
Tira botellas al mar,
escupe en arameo,
toca la trompeta,
le hace una trenza a su hija,
cocina para mí.
Su vigilia se reduce a un libro,
a veces una película
con el gato negro ovillado en su estómago
o
a veces una canción,
que se escucha sin parar
y lo lleva al piano, a tocar.
o
una pasta de miel y nueces
que llega a mis manos
en forma de tostada.
Todo es amor.
Todas esas son demostraciones de amor.
Su cuerpo descansa
entre lino blanco y algodón gris,
alargado está sobre el colchón,
huele a arándanos y vainilla,
respira fresias y caramelos,
y yo, enmudecida,
lo miro como si no hubiera mañana.
jueves, 12 de octubre de 2017
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