Los pasos de Alejandra:
Alejandra por momentos fue Flora, Pizarnik o simplemente A.P.
Sus iniciales ahora dicen mucho pero en su momento – y para ella – no fueron
nada. Alejandra vivió en un sobrio y desordenado departamento ubicado en la
calle Charcas, propiedad de su madre. Una madre que nunca escuchó las alarmas y
tampoco entendió las alertas.
Su ropa oscura, su pelo corto y su clásico Montgomery marrón eran casi lo único que la acompañaba. Nunca supo relacionarse con nadie –del todo ni demasiado- porque la gente o los extraños –como ella decía– la miraban raro o simplemente no la entendían.
La relación con su entorno no era del todo buena y tampoco lo era su vínculo con los hombres. Alejandra tenía mucho sexo ocasional del cual a veces se sentía culpable, incluso decidió acostarse con mujeres pero nunca pudo sentir el amor de nadie. Sus cartas con Julio Cortázar eran a penas un beso en la mejilla y aunque ambos expresaban desordenadas dosis de amor, ninguno se involucraba tanto como para asumir que algo más sucedía entre ellos.
Su cuerpo era la peor de sus cárceles, incluso más que su propia mente. Fumaba, caminaba ansiosa y simulaba muecas bobas o gestos complacientes con tal de que nadie entendiera demasiado o tal vez, sospechara.
Alejandra derramó sus ojos en el suelo de su casa, cuando tomó unas cincuenta pastillas para no despertar jamás. Dejó algunas cartas y anotaciones. Dejó también textos y relatos que luego se publicaron y todas las claves de su vida quedaron anotadas en su diario; diario que acabo de leer y ahora sólo me puedo preguntar: ¿por qué no te evité tanto dolor? ¿Por qué no llegué a tiempo, Alejandra?
Su ropa oscura, su pelo corto y su clásico Montgomery marrón eran casi lo único que la acompañaba. Nunca supo relacionarse con nadie –del todo ni demasiado- porque la gente o los extraños –como ella decía– la miraban raro o simplemente no la entendían.
La relación con su entorno no era del todo buena y tampoco lo era su vínculo con los hombres. Alejandra tenía mucho sexo ocasional del cual a veces se sentía culpable, incluso decidió acostarse con mujeres pero nunca pudo sentir el amor de nadie. Sus cartas con Julio Cortázar eran a penas un beso en la mejilla y aunque ambos expresaban desordenadas dosis de amor, ninguno se involucraba tanto como para asumir que algo más sucedía entre ellos.
Su cuerpo era la peor de sus cárceles, incluso más que su propia mente. Fumaba, caminaba ansiosa y simulaba muecas bobas o gestos complacientes con tal de que nadie entendiera demasiado o tal vez, sospechara.
Alejandra derramó sus ojos en el suelo de su casa, cuando tomó unas cincuenta pastillas para no despertar jamás. Dejó algunas cartas y anotaciones. Dejó también textos y relatos que luego se publicaron y todas las claves de su vida quedaron anotadas en su diario; diario que acabo de leer y ahora sólo me puedo preguntar: ¿por qué no te evité tanto dolor? ¿Por qué no llegué a tiempo, Alejandra?
Angie Pagnotta
Muy bien escrita la nota y conmovedor final. Daniel
ResponderEliminarMuchas gracias, Daniel. Creo que recordarla es revivirla.
ResponderEliminarAporto un dato: el departamento quedaba en la calle Montevideo ( Nº 980 ).
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