Dejarse llevar es poner en peligro las razones propias por las que sobrevivía el espíritu libre.
No dejarse arrastrar es limitar el acceso de los pasillos del fin del mundo, a favor del incondicional sentimiento de seguridad.
Algunos pretenden que esta puja sea diaria, que nunca se pueda elegir un destino y que los masoquistas aprendan a querer ambas cosas. Un gramo de lucidez puede diagnosticar o predecir el inevitable final y allí, en ese contexto, es que debemos hacer fuerza para llegar al objetivo.
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