El problema de la traición es que llega. Duele, sorprende,
no avisa pero sobre todo, llega. Y duele porque es algo inesperado e indeseado;
nadie quiere que lo traicionen. Analizando más fino ¿quién puede traicionar a
otros? Todos… o dicho de otro modo: uno no se siente traicionado por
cualquiera, uno se siente traicionado cuando el que nos hace doler, es alguien
que queremos. Mucho cambia si la traición la hace un ser querido, un familiar,
una pareja o un amigo y mucho peor si ese amigo es uno de toda la vida o esa
persona “única”, “imprescindible”; de esos amigos de los que uno sólo espera a
cambio fidelidad. Y quizás ese también
sea el error: depositar en el otro demasiadas fichas para el juego, aunque quizás
ese es otro planteo.
Volviendo al ruedo, ¿Cómo pasar ese dolor? Creo que el dolor no pasa más que atravesándolo. Atravesar el dolor, convertirlo, regenerarlo, modificarlo,
asimilarlo y luego - sólo luego – pretender que pare se sangrar.