La muchacha miró el reloj y sólo sonrió confiada.
La espada y la capa, le habían sido cedidas sin preámbulos pero con enormes convicciones y certezas del presente.
Los ciudadanos que rodeaban la plaza la alababan. Un eco mudo se oyó entre los pueblerinos.
Llegó la victoria crónica del futuro. Llegó la ronda de orgullo nacional en nuestros días.
Se levantó de su asombro, miró la multitud y confió su sonrisa a los ojos del pueblo.
Nació en ella una luz que jamás se apagó.
Dedicado a Eva Duarte de Perón
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