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Foto: Z.Prop |
No miento si te digo que te daría todas mis noches, todos mis días, todas las horas de la tarde, las siestas, el segundo mate del día para que no recibas nada amargo de mí, el mejor despertar y dormir, una cama hecha con rico perfume, un masaje dulce que te distraiga de las tensiones del día, de las deudas, de los pendientes.
No miento si te digo que por vos a mi lado podría matar a cualquiera, podría sólo vivir en la esfera de espacio más pequeña con tal de que seamos nosotros y nadie más. Podría darte la mejor comida casera, las plantas de tu terraza verdes, cuidadas y felices, como tu sonrisa al verme caminar por la casa, entre tus cosas.
No miento si te digo que, seguramente, mis noches a tu lado serían las más divertidas, las más productivas, las más acertadas. ¿Te imaginas, amor? la casa medio en penumbras, y el sonido de las dos máquinas de escribir titilando e incendiando la noche, como la promesa de leernos, de compartirnos, de escuchar lo que escribe el otro con el oído tal vez menos amoroso pero más sincero.
No miento si te digo que soñé estos escenarios varias veces, y que incluso, anoche, soñé con vos, (después de mucho tiempo, porque duele soñarte). Que tenerte un rato frente a mí, en mis sueños, me removió toda la neblina que se me anudó en el estómago cada vez que nos vimos. Que, como en un acto de magia, ahora mismo estaría con vos, haciéndonos mate, acariciando a la perra, mirándote escribir mientras escribo. Besándote en los descansos de escritura, amándote en los descansos del día, y arriba tuyo en cada rincón del mundo, en cada lugar y para siempre.
El mundo es amargo sin tus besos, sin la presencia de tu cuerpo con mi cuerpo, sin poder abrazarte y por fin, decirte todo, desnudarte todo, desnudarme plena ante lo que imaginé cien veces y me negué mil más, por un amor que, aún, no sé si me corresponde.
No miento, no sé mentir, nunca supe. Y, si ahora vieras mis ojos, –lo sé– entenderías todo lo que no soy por no estar con vos, entenderías todo lo que puedo ser únicamente entre tus manos.
©Angie Pagnotta