Mirándose al espejo, por Ana Porras |
Se despierta. Sueña con el
pasado. El pasado vuelve escalonado, desacomodado, trastocado. Se despierta
molesta. Todavía tiene ese gusto en la boca. Suena el teléfono. Va al baño. Se
lava la cara y los dientes. Se mira al espejo y recuerda fragmentos del sueño.
Flashes. Imágenes. ¿Por qué con mis ex?, se pregunta inquieta.
Con uno: fantasía, amor, sexo,
cariño. Con el otro: reproche, violencia, enojo, agresividad. Por uno, hubiera dado
la vida. Por el otro, tuvo que dar la vida a cambio de nada o menos que nada.
Ni migas, ni monedas, ni nada. Por uno, dejó pasar el tiempo, actuó tarde, lo
dejó ir sin saber que lo perdía. Por el otro, anestesió parte de su vida en
años que no valieron la pena, no actuó, se dejó ir a sí misma, sin saber que se
perdía. Federico y Mario, dos antagónicos e insoportables pasados que volvían
en sus sueños.
En lo ideal de su sueño, Julieta
era como hubiera querido ser: Federico le decía que quería estar con ella y
ella, aceptaba la propuesta de forma osada, completamente fuera de rol. Él le
decía algo así como: “no quiero que te confundas más, vos sabés lo que siento
por vos”. Y ella simplemente le sonreía porque en su sueño entendía que a veces
es bueno callar. Se amaban, se tocaban, se besaban, se tenían, se sentían.
Luego, si él o ella se iban, no importaba, porque en ese momento, los dos, por
fin, eran uno. Pero no cualquier uno, eran la perfecta fusión de cariño,
deseo, respeto, amor, calentura, pasión, cursilería, besos y abrazos. Los dos
se sentían vivos. Los dos sentían que ése era el máximo punto de placer que podía
llegar a tener. Estaban embarcados en una fantasía que habían reprimido por
años (años de vida real, no de sueño), que se transformaban en “reales” en ese
momento. Julieta aprovechaba porque esa boca y esos besos, no los pudo sentir nunca
más.
En lo perfecto de su sueño,
Julieta era como hubiera necesitado ser: Mario le decía algo así como: “sos una
puta, me cagaste”, y ella, después de una larga y convincente explicación,
donde argumentaba los reales motivos de su engaño, hacía un gesto que provocaba
la comprensión inmediata de él. Se caían las fichas con dolor, pero con
madurez. Ella se iba, él no la frenaba. Ambos habían entendido todo: la
relación empezaba a ser pasado y la pareja se había disuelto para siempre. Sin escenas
de sentimentalismo barato –por fin- el
cariño (que alguna vez habían vivido), quedaba en un cajón; con el recuerdo feliz; sin rencor.
Julieta vuelve al baño. Se refriega
los ojos y la cara con agua. Las gotas caen por su rostro hacia el lavatorio.
Sus ojos están pálidos. Sus mejillas están levemente rosadas. Se sonríe. Se
arrepiente de esa sonrisa. Se tira agua bien fría en la cara, de nuevo. Se seca
el rostro y toma su celular. Manda un mensajito:
Para: Federico
“Querés que nos encontremos este viernes?
Beso, J.”
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