Me siento en un bar. El mozo es como los
de antes: elegante, correcto en su forma de hablar y está vestido con una
camisa "tipo ambo", de color celeste. Pido un café y le pongo azúcar,
inmediatamente pienso en la endocrinóloga que me restringió la
sustancia. Le puse la mitad de un sobre y no me sirvió de mucho. Opto por un
sobre de edulcorante y vuelvo a endulzar el café. Lo pruebo y ahora tiene el
sabor que buscaba. El mozo va y viene con sonrisa amable. Se escuchan gritos
desde la cocina mientras me entero que le dicen “Rojo”. El bar tiene un
banderín de Independiente que anticipa el apodo.
Las porciones que lleva Rojo en sus manos son abundantes y –por lo que se lee en la carta- los precios son económicos. Los pasos del trabajador delatan que sus pies están vencidos pero con ganas de seguir en pie.
Las porciones que lleva Rojo en sus manos son abundantes y –por lo que se lee en la carta- los precios son económicos. Los pasos del trabajador delatan que sus pies están vencidos pero con ganas de seguir en pie.
Detrás de mí una mujer pregunta si por
el feriado de semana santa abrirán. El cajero le responde que sí. El mozo se
suma a la charla y mirándome me advierte que la calle desde hace un rato, está
más tranquila. Yo asiento y le sonrío.
El fútbol domina la pantalla de la
pequeña tv del lugar. Por dentro sostengo en mis pensamientos que cuanto más
chica es la televisión, más grande es la charla (aún entre perfectos
desconocidos) y por el diálogo que se estableció entre la mujer detrás mío, el
cajero y yo, lo confirmo.
Entra una mujer rubia, cargada de bolsas
y pide que en 10 minutos le tengan lista una tortilla de papa con huevo y
cebolla. Específicamente pide que no le agreguen otro ingrediente. El cocinero,
Pepe, obedece. Sus deseos son órdenes, le dice Rojito sonriéndole.
Un hombre pide la cuenta con un
escarbadientes en la boca. Yo pido otro café en jarrito y Rojo me
sonríe mientras le hablo. Vuelven a hablar algunos hombres de Independiente,
dicen que si vuelve a perder el equipo va a estar complicado. Yo por dentro
pienso lo mismo y me lamento, también soy de Independiente.
Vuelve la señora rubia, aplaude y agradece
la tortilla. Se sienta a comer gustosa y agrega rápidamente “no tiene ningún
ingrediente de más, como siempre perfecto Pepe”.
El cajero se da cuenta que Ernesto –un
cliente de la casa- olvidó su agenda, billetera y celular. Le grita a un señor
que entra “che, llámalo a Ernestito que se olvidó las cosas”. Este señor le
responde pronto “ya lo llamo, igual venía para acá”. Luego de algunas mesas
atendidas, Rojopercibe que Ernesto se está demorando más de lo
común y sale a la vereda a esperarlo. Lo ve venir desde Tucumán y le dice “te
olvidaste la vida querido ¿qué pasó?”. Con una sonrisa el cliente le dice
“menos mal que vengo siempre al mismo bar, sino ya me lo habrían robado”.
Mientras limpia y acomoda las mesas Rojo sonríe.
Quizá su equipo descienda, quizá sus clientes de Racing lo carguen pero lo que
no pasará es que Rojito pierda su linda sonrisa.
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