Cuando la
señora del octavo discute con la hija se refiere a ella como si se tratara de una
completa extraña, o algo peor. La subestima, la denigra y la descalifica con severas
palabras. La señora del octavo le dice “Mariana, sin mí no sos nada” y ella,
casi en tono burlón le dice: “no gasto casi en nada, dirás”.
La señora
del octavo, cuando se enoja con su hija, denomina como “el chico” a su nieto
menor. Ella, muy enojada le responde “mirá que “el chico” es tu nieto y ya
entiende todo, dejó de ser un bebé hace rato”. La señora del octavo le refuta
que Benjamín tiene sólo 5 años y no entiende nada.
Mariana, antes de cerrar la puerta del departamento de su madre, le advertirle que aunque le cueste un ojo
de la cara, conseguirá una persona y le pagará lo mismo o más de lo que le paga a ella, para que realmente cuide a su hijo.
Quizás –le dice- la abuela paterna tenga ánimo, ganas, tiempo y sobre todo amor para sus nietos. Inmediatamente, la señora del octavo la reta: “No entiendo porque
siempre te gusta usar grandes palabras para referirte a cosas naturales. Además, sabes bien que la otra abuela es una inútil”- Mariana
le responde furiosa: ¿amor es una palabra “grande”? ¿qué clase de desalmada sos
mamá?. Esther será una inútil pero por lo menos quiere mucho a sus nietos, y a
veces con eso basta.
La señora
del octavo escatima siempre decir “te quiero”; “te amo” o cosas por el estilo.
Sin embargo, no escatima ciertas frases que reitera con insistencia a sus
queridos nietos: “no toquen eso”, “quédense quietos”, “no te muevas más”, “cállate
la boca”, “¿quién te dijo que podías agarrar jugo de la heladera?”.
Creo que
-si Mariana supiera todo esto con certeza- no le confiaría sus hijos a la
señora del octavo. Aunque ésta, sea la abuela de los niños y su propia madre.
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