No se elige. Definitivamente uno no elige de
quién enamorarse. Uno se enamora. Se enamora y punto. Uno se enamora y entiende
que el otro es parte necesaria de un refugio cotidiano. Uno se enamora y cree
que el otro atiende nuestra mirada, conoce nuestros sentimientos y alisa con
sus besos cualquier tempestad. Uno se enamora y no elige. No elige que a partir
de ahora, de ahora en más, sólo existirá el dolor de la ausencia del otro, la ansiedad de un mensaje que no llega, o la
ridícula manía de iniciar conversaciones inconducentes, irrelevantes, muertas.
No elige pasarse minutos enteros del día mirando fotos robadas, pensando alguna
frase dicha o incluso analizando los detalles de algún gesto trascendental que
vuelve todo, todo, todo a foja cero. Uno se enamora y no hay manera posible de
encausar lo que antes era más o menos predecible, lo que antes pertenecía al
orden de las cosas coherentes que podían llegar a suceder, incluso cuando
antes, nada era definido u advertido, y el don de fluir encausaba los días.
Todo sucede porque uno se enamora y se hace carne en ese deseo irremediable de
querer amar, de querer sentir, de querer gritarle al mundo que no hay nada ni
nadie mejor que esa persona que —gracias
al azar o a la ruleta— volvió todos los
días inabarcables, únicos, impredecibles.
martes, 22 de abril de 2014
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Corazón blindado
Tu corazón está blindado (como estuvo siempre) simpatizo, sin embargo, con la idea de —algún día— quebrar la protección absurda de tus can...
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Nunca había entendido la gravedad Hasta que algo atrajo tu cuerpo al mío No discuto que haya ocurrido algo especial Aunque si se bien que...
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