La casa se desnudó del abismo. Entré y allí estaba el lugar vacío de cada sueño que juntos, creímos, se haría realidad.
Cajones enteros de desgracia, paredes con sombras que ya no están, armarios y estantes de polvo de corazón, van marcando heridas que hoy son imborrables y la tempestad no para de crecer.
La soledad, aquella amarga companía, baña las espinas de mis ojos, otra vez.
Ni templo, ni distancia. Ni mar, ni abismo
Aquello que dijiste se irá lentamente y de a poco decantará la sal que sobra del mar.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
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