domingo, 23 de septiembre de 2018

Veneno amargo



Todavía hay peligro, me digo. Tus fragmentos aún están unidos a mi cuerpo. En algún lugar de mi estratosfera te repito, te siento, te pienso. Habían pasado años, eso también lo recuerdo. Meses, días, años, millones de años sin saber de VOS. Agua bajo el puente, témpanos, praderas, silencios. Años de suposiciones, de creencias, de confiar mi destino en la fe; esa fe ciega que dice y repite en loop: “las cosas son mejores así“. Mar furioso, me digo.

¿Cómo no involucrarse de nuevo, si nunca dejé de pensarte? 
Te esperé siglos. Siglos esperé este momento. Estar de nuevo frente a tu boca, y acá no puedo escapar a la verdad de pronunciar y de escribir las palabras acalladas pero justas: esa boca de fuego, carnosa, siempre a punto de ser devorada por mi boca; esa boca por la que hubiera atravesado océanos, por la que hubiera matado a cualquiera, esa boca de ella, mía, tuya, tan tuya, casi incomparable con otras bocas, pero ciertamente inolvidable. Eso sí lo recuerdo bien.

La menta y el mentol flotaban en el aire. La cerveza en tus cachetes, también. Negar hasta lo imposible, me dije antes de salir de casa. Negarlo todo, negarlo bien. Pero ahí estabas, a dos centímetros de mi boca, a dos minutos de estallar contra mis labios, a dos minutos de arrepentirme de todo y, a la vez, de disfrutarte, porque de eso se trata todo en la vida, al final, de disfrutar. Pero ya no quiero que sea al final el disfrute, que sea principio.

Y el principio de todo fue tan turbulento, Federico, tan turbulento que no podría retroceder a cero y ser otra. Porque quiera o no, fui la que soy porque fuiste conmigo. ¿Te acordás que vos me buscabas y yo ni te registraba? En la oficina siempre miraba a un costado cuando hablabas, siempre esquivándote. Cuando era el horario del almuerzo yo inventaba cualquier excusa para no sentarme con vos, y las veces que por algún motivo quedábamos juntos, hacía sonar celulares que no existían para levantarme e irme al patio a hablar con la mujer-máquina que en el 113 te daba la hora ¿En qué momento todo se dió vuelta? ¿En qué momento pasé de ignorarte a llevarte café a tu oficina cuando sabía que era la hora en que te morías por tomar un café? ¿En qué momento pasé de no reírme de tus chistes a festejarte cualquier gansada que dijeras, incluso las que no me hacían reír? ¿En qué momento dejé de esquivarte la mirada, para morir por un segundo de tus ojos en los míos? A veces rebobino casi a cero, pero ese momento nunca supe encontrarlo en mi memoria, jamás. Veneno amargo, siempre amargo el no recordar y de tan amargo, casi necesario (casi).

Y allí, entonces, a dos centímetros del precipicio, a dos milésimas de segundo de comernos la boca, los ojos, la mirada, el cerebro y las manos, a dos minutos de aniquilar nuestra piel contra la piel del otro, de morder, de bordear, de lamer, de pedirte más, de acariciarte, de dejarme, de que te dejes; allí, a fragmentos de milésimas de segundo, a un segundo antes y como en las peores pesadillas, me desperté y ya no supe cómo llamarte, como pronunciar tu nombre.

8 comentarios:

  1. Un texto como el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos.

    Enhroabuena.

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    1. Ay, muchas gracias, que lindas tus palabras Pitt Tristán, que gusto tu mensaje. ¡Gracias por pasar!

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  2. Tu prosa mejor... Crónica de sentimientos en carne viva. Así debe ser el amor-dolor.

    Abrazo.

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    1. ¡Muchas gracias, Carlos! En carne viva, así de cierto es. A veces los recuerdos y la marea de los recuerdos evocan palabras. ¡Abrazo!

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  3. Me gustó tanto que no sé qué decirte. En esos centímetros, en esas milésimas de segundo, se puede sentir un vértigo feroz.

    Besos, linda!

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    1. Vértigo feroz, me quedo con eso completamente. Sos tan linda, gracias.

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  4. Narración de una obsesión y como tal enfermiza.
    Un saludo.

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    1. Sí, depende para donde le dispare a cada uno el texto puede ser obsesión, también. ¡Gracias por pasar! Saludos

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