lunes, 15 de julio de 2013

Querido, te engaño


El word vacío. No sé por qué, pero no lo soporto. Tengo que escribir. Tengo que llenar el silencio con palabras. Llenarlo entero. Intentar silenciar ese espacio incómodo entre mis dedos y la pantalla. Lo miro y me resiste la mirada. Lo vuelvo a mirar. Amago. Me levanto de golpe y voy al baño a no hacer nada, vuelvo y sigue ahí. Voy a la cocina, me preparo el mate. Llego a su lado, de nuevo y no dije nada. Tengo que decir algo. Decirlo fuerte y esta vez y decirlo bien. No amagar, escribir como quién tiene las buenas intenciones de decir algo y simplemente lo hace.
Empiezo a escribir una confesión: “te engaño”. Lo borro. Pongo Ctrl + Z y aparecen las dos palabras de nuevo. Las miro. Las pongo en rojo. Las pongo en negrita. Las miro. Las resalto con amarillo. Pienso que en este caso el amarillo es muy frívolo. Lo saco. Lo pongo en negro. Después de un rato me arrepiento.

Necesito borrar y devolverle al espacio todo ese margen que me dio para ser, escribiendo. Necesito pedirle disculpas por tener una herramienta y no saber utilizarla. Me arrepiento del tiempo que le hice perder. Le digo que la próxima –si la hay- será distinto. Le miento descaradamente. Le repito que no sé qué me pasó, es la primera vez que me pasa, miento. No me cree, lo sé, pero necesito volver a decirlo, con mejor actitud y cara. Lo engaño con mis palabras mientras escribo. Parezco tan segura pero por dentro ni yo misma puedo creer semejante mentira. Remato la situación diciéndole que me duele la cabeza, que estoy cansada, que mejor intentar mañana. Cierro el archivo, sin guardar. No me despido, no digo nada. Cierro el archivo y bajo la pantalla, aunque vuelvo a mentir y  me quedo con esta copia. 

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