martes, 15 de octubre de 2013

Se despierta y sueña

Mirándose al espejo, por Ana Porras


Se despierta. Sueña con el pasado. El pasado vuelve escalonado, desacomodado, trastocado. Se despierta molesta. Todavía tiene ese gusto en la boca. Suena el teléfono. Va al baño. Se lava la cara y los dientes. Se mira al espejo y recuerda fragmentos del sueño. Flashes. Imágenes. ¿Por qué con mis ex?, se pregunta inquieta.

Con uno: fantasía, amor, sexo, cariño. Con el otro: reproche, violencia, enojo, agresividad. Por uno, hubiera dado la vida. Por el otro, tuvo que dar la vida a cambio de nada o menos que nada. Ni migas, ni monedas, ni nada. Por uno, dejó pasar el tiempo, actuó tarde, lo dejó ir sin saber que lo perdía. Por el otro, anestesió parte de su vida en años que no valieron la pena, no actuó, se dejó ir a sí misma, sin saber que se perdía. Federico y Mario, dos antagónicos e insoportables pasados que volvían en sus sueños.

En lo ideal de su sueño, Julieta era como hubiera querido ser: Federico le decía que quería estar con ella y ella, aceptaba la propuesta de forma osada, completamente fuera de rol. Él le decía algo así como: “no quiero que te confundas más, vos sabés lo que siento por vos”. Y ella simplemente le sonreía porque en su sueño entendía que a veces es bueno callar. Se amaban, se tocaban, se besaban, se tenían, se sentían. Luego, si él o ella se iban, no importaba, porque en ese momento, los dos, por fin, eran uno. Pero no cualquier uno, eran la perfecta fusión de cariño, deseo, respeto, amor, calentura, pasión, cursilería, besos y abrazos. Los dos se sentían vivos. Los dos sentían que ése era el máximo punto de placer que podía llegar a tener. Estaban embarcados en una fantasía que habían reprimido por años (años de vida real, no de sueño), que se transformaban en “reales” en ese momento. Julieta aprovechaba porque esa boca y esos besos, no los pudo sentir nunca más.

En lo perfecto de su sueño, Julieta era como hubiera necesitado ser: Mario le decía algo así como: “sos una puta, me cagaste”, y ella, después de una larga y convincente explicación, donde argumentaba los reales motivos de su engaño, hacía un gesto que provocaba la comprensión inmediata de él. Se caían las fichas con dolor, pero con madurez. Ella se iba, él no la frenaba. Ambos habían entendido todo: la relación empezaba a ser pasado y la pareja se había disuelto para siempre. Sin escenas de sentimentalismo barato –por fin-  el cariño (que alguna vez habían vivido), quedaba en un cajón; con el recuerdo feliz; sin rencor.

Julieta vuelve al baño. Se refriega los ojos y la cara con agua. Las gotas caen por su rostro hacia el lavatorio. Sus ojos están pálidos. Sus mejillas están levemente rosadas. Se sonríe. Se arrepiente de esa sonrisa. Se tira agua bien fría en la cara, de nuevo. Se seca el rostro y toma su celular. Manda un mensajito:

Para: Federico
“Querés que nos encontremos este viernes?

Beso, J.”

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