Dejé tendido el libro en la página 51. Llené la pava, y la puse
a calentar esperando al lado, impaciente. No entiendo por qué cada vez que
enciendo el fuego con un fósforo, me trago el primer humo que sale, casi por
inercia.
Miro el celular con la misma inercia con la que me tragué el
humo. No ha cambiado nada, salvo una cosa: pasó un minuto.
“No va a venir, es un cagón”, pienso mientras la pava es
eterna y Juan lleva un minuto de impuntualidad.
Detesto la demora, y esperar. Mi papá decía que se es tan
impuntual llegando antes como después. Lo trágico o aún más detestable es no
llegar.
Me acuesto inmediatamente, la pava sigue hirviendo en la
cocina. Me refugio en el diván del living como si fuera la segunda guerra
mundial. El diván es mi trinchera, me tapo la cara con Agua Viva, el libro que antes
detuve en la página 51.
¿Como un encuentro (que es todos los encuentros) ¿termina
así?
Los jazmines del patio me llaman, todavía hay sol y estamos
en primavera. Siento a las abejas bailar entre las flores del jardín y como las
pequeñas hojitas de los crisantemos se mueven por el viento. Las risas de las
niñas de mi vecina Alejandra, impactan con un rebote intenso en mi medianera.
Todo es color de rosas por un rato, hasta que me doy cuenta que pasaron ocho
minutos.
¿Cómo puede demorarse tanto una persona? Vivimos a penas a
15 minutos de colectivo. ¿Es posible que le haya pasado algo? O simplemente
prefirió el silencio interminable y lleno de excusas de color gris?
Clarice Lispector vuelve a ser mi refugio. Estoy triste y algo
antipática. Si viene ahora, ya no seré la misma Tamara de antes.
Suena mi celular, no quiero atender, pero mis manos con
prisa acuden al llamado. Es Juan…claro!
“disculpame negrita, no voy a poder ir, me surgió algo
impostergable, nos hablamos ¿si?” o “Bonita, te pido disculpas pero no voy a visitarte,
estoy enfermo, tengo fiebre y me estoy yendo a la guardia” o el preferible y
deshonesto (pero divertido) “Tami, acabo de subirme a un unicornio azul que me
lleva a la isla del tiempo perdido, paso unos meses ahí, cuando vuelva nos
hablamos”.
Pensando todo esto y -como quería- el teléfonito dejó de
sonar. “Usted tiene un correo de voz, presione send para escucharlo”. Me llega
un frío mensaje de texto de la compañía. Presiono send o ¿lo dejo latiendo
eternamente?
Vuelvo a la página 51, caliento el agua nuevamente. Trago el
humo del fósforo y me olvido de todos y de Juan, por un rato.
Muy lindo Angie te dejo esto La informalidad en atender una cita es un claro acto de deshonestidad. Igual puedes robar el dinero de una persona si robas su tiempo
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